martes, 20 de enero de 2009

Una mirada perdida en el espejo




Alguna vez te has mirado durante tanto tiempo al espejo que tu cara se ha vuelto ridícula? Hasta que llega un momento en el que sólo ves líneas, luces y sombras, ni bonitas ni feas. Hasta que te sientes ridículo frente a tu propia imagen. Hasta que dudas sobre si ese que miras eres tú. Y hasta que llega el momento en el que te das cuenta de que no eres más que un saco de carne, bonito a su manera, y que se degrada cada segundo en busca de la felicidad eterna, el equilibrio, la perfecta armonía entre cuerpo y eslogan. Que intenta asemejarse a aquellos que aparecen en paradas de autobús y escaparates, que quiere ser igual que esos retoques digitales, que quiere parecerse lo máximo posible a esas líneas, luces y sombras bonitas, atractivas y ficticias, virtuales. Un saco de carne que quiere ser un modelo de belleza estándar. Un saco de carne que se mira durante tanto tiempo al espejo que todo pierde sentido, y que decide, pincel en mano, tapar esas líneas de su cara y crear unas nuevas, quizás un poco de color aquí, y algo de perfume allá.
Dime, alguna vez te has mirado al espejo hasta que tu cara se ha vuelto ridícula? Porque yo sí, y simplemente me hizo gracia.
Me veo encima de la cama, mirando al techo. Sólo eso, mirando al techo. Dudando de mi propia existencia. La luz de la habitación va desapareciendo progresivamente. A un perro se le escapa un ladrido en la calle, el reloj me avisa con un pitido de que son las algo en punto, y la luz de la luna llena entra por mi ventana. Una luz plateada, que juega a esconderse tras el espejo, que juega al escondite con Alicia.