Abro la ventana y el bullicio de la ciudad entra por ella. Como si de un proceso termodinámico se tratara, en poco tiempo me veo rodeado de sirenas, gritos de niños y ladridos de perro, llevándose mi dióxido de carbono, o quizás monóxido, que yo me encargué de producir la noche anterior. También entra, cómo no, frío. Frío mañanero.
Pero un rayito de sol asoma desde más allá de las nubes, y desde algún lugar del universo, piden que me calme. Que tome el sol.
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