Golpeas el suelo con las suelas de tus zapatos y notas cómo
la vida sube vibrante por tus piernas, desatándote los cordones, desatándote
las cadenas, desatándote las carcajadas. Me recorre el esqueleto. Esa
electricidad estática que te pega al suelo y descarga chispas cuando saltas. Y
no tengo ya claro si el que baila soy yo o el universo entero.
El ritmo nace de esa parte del pecho donde está el alma. Del
nido de mariposas que hay en mi estómago. Del alcohol, de las risas,
carcajadas, gritos y el sudor. De la punta de mis dedos hasta mis pestañas, de
la punta del pie hasta las agujetas de mañana. Y no puedo quitarme esta sonrisa
de gilipollas que llevo ahora.
El ritmo nace de la ropa que ya no me pesa, que me atraviesa de arriba abajo como un
relámpago y todo se esfuma en una nube de vapor de discoteca y desaparece para
siempre. Y todo vibra y baila para mí. Y
se estremece el mundo.
“Baila, baila, porque
esclavo que baila es libre… mientras baila.”
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