Y continúan los disparos. Me quitan el hambre cuando quiero comer, me despiertan por la noche. Hoy he tenido suerte y no he oído a la madre llorar por su hijo, porque no le ha dado tiempo, porque una bala le ha atravesado el cerebro antes de que la imagen de su hijo le rompiera el corazón. Y salgo a la calle, y me encuentro el cuaderno que llevaba el niño. Está tirado en el suelo, testigo del asesinato de una madre y su hijo, testigo de la ruptura de dos corazones. Y tiene las anillas dobladas.
- Cógelo, quizás sea una señal - Me dice Ella, agarrándome de un brazo.
- Sí. Quizás sea el momento de empezar a escribir - le respondo mientras sonrío.
Y lo abro, y está vacío. No hay nada escrito en él. Es el lienzo en blanco en el cual dibujaré mis palabras para que no se olvide esto. Para que el recuerdo de esta guerra permanezca por siempre. Y Ella se acerca, mira en el cuaderno, y su pelo roza ligeramente mi cara. Un escalofrío baja corriendo desde mi nuca.
- Toma - me dice -, con qué pensabas escribir si no? - me dice mientras me da un lápiz.
Y entonces, quizás accidentalmente, o quizás no, sus dedos tocan los míos. Y le sonrío.
- Gracias - le digo, con una tímida sonrisa en la cara -, escribiré todos los días.
Y ella me devuelve la sonrisa.
La verdad, es que no tenía ganas de sonreír, no aquella mañana, pero desde que me ha sonreído, desde que he sentido su pelo en mi cara, soy el hombre más feliz del mundo.
Sin embargo, no me atrevo a decírselo. No soy capaz de decirle que la quiero, ni aun siendo el último día en la Tierra. Pero sí soy capaz de robar un cuaderno a un niño muerto, un cuaderno con las anillas dobladas.
Escribo un día, dos, y tres, escribo mientras Ella duerme, mientras yo la miro soñar, mientras sé que está segura allá donde esté, donde las balas no la alcanzan.
Y disimuladamente, agarro su mano, y me quedo mirándola. Con la otra mano abrazo mi cuaderno. Y me quedo mirándola, intentado descubrir los secretos de su pelo, intentando desentrañar lo que piensa.
Hasta que al día siguiente me despierta. Eres lo primero y lo útimo que veo en todo el día.
Pero no puedo decírtelo. No puedo contártelo. No puedo decirte cuánto te quiero. Ni aunque sea el último día en la Tierra.
- Sabes? - me dices - quizás esto no sea tan malo, quizás salgamos hacia adelante. Pero prométeme una cosa.
- Dime.
- No quiero que nos separemos nunca. Quiero que estemos juntos siempre. No quiero vivir con el sufrimiento de haberte perdido. En estos momentos, es cuando más se necesita una
mano amiga, verdad? - sonrió.
- Sí, creo que sí. Te lo prometo.
Y salimos a la calle.
No sé si habrá notado que me quedé dormido mirándola. Pero a veces, la miro y, cuando me dirige la mirada, vacilo un instante, y después, me fijo en cualquier otro punto detrás de ella, disimuladamente, y la engaño, le hago creer que no la miraba a ella, sino a cualquier otro lugar. Pero a veces me pregunto si no me estaré mintiendo yo a mí mismo. Si en realidad lo que pretendo es que ella no sepa que la quiero o lo que en verdad quiero es hacerme creer que no la quiero para no tener que pretender que engañarme. Un círculo vicioso. Que se enrolla como el hilo de unas anillas de un cuaderno, que tiene las anillas dobladas.
Es entonces cuando cuatro o cinco militares nos sorprenden, cargados con sus pistolas. Y yo, con mi cuaderno.
Ella y yo nos detenemos, y uno de ellos nos apunta. Nos dice, entre risas y tambaleos por culpa del alcohol, que sólo nos da treinta segundos para despedirnos.
Contaré hasta treinta y después, pum!
Los dos estamos asustados.
Y nos abrazamos. Qué bien huele su pelo.
- Sabes? He leído tu cuaderno. Lo siento - me dice ella.
- Tranquila - le susurro -, eso ya no importa. - y la abrazo más fuerte. Pero todavía no me atrevo a decirle que la quiero, no, ahora no, todavía no es el último día en la Tierra.
( ... )
- Sabes? Te, te quiero. - me susurra, y siento su aliento en mi cuello.
- Qué? ( ... ) me, me quieres? - digo, mientras mi corazón se pone a latir más fuerte de lo normal.
- Sí, te quiero. Perdona por decírtelo ahora, sé que no es el momento ni el lugar, pero...
- Pero es el último día en la Tierra - digo muy bajito.
- Qué?
- Que yo también te quiero.
Y entonces, la miro, sus ojos están empapados de lágrimas, y me acerco lentamente, a besar sus labios.
(
Vale ya! voy a disparar ) se oye a lo lejos.
Y pienso,
dispara, me da igual, no me importa ya, no me importa que sea el último día en la Tierra, pues si muero, habré muerto besando sus labios.
Y entonces, se oye un disparo, y siento que algo me quema la espalda. Me atraviesa de lado a lado, y agujerea mi corazón. Pasa por el cuaderno, y después a Ella. Siento cómo me abraza más fuerte.Y las piernas me fallan, y me caigo al suelo. Veo cómo vuela el cuaderno por encima mío, y después va a parar detrás de mí, dejándome ver el cielo, durante mis últimos segundos de vida. Y desde allí, se ven dos cuerpos en el suelo, y más allá, un cuaderno, abierto por la primera página, en el cual se lee: Escribiré todos los días este cuaderno, y siempre lo haré cuando ella sueñe, donde no puedan alcanzarle las balas, pero nunca le diré que la quiero, no al menos, hasta que no llegue el último día en la Tierra.
Y ese cuaderno tiene las anillas dobladas.
Dedicado a Jonatan, que me pidió que se lo dedicara.
· ミケル ·